CRÓNICA DE UNA MATERNIDAD ANUNCIADA

Crónica de una maternidad anunciada o cómo un mototaxi puede ser el carruaje que arribe antes de que los 15 se lleguen a cumplir

 

Por: Intabay Hualpa Vega

 

A Jenny la conocí ya estando embarazada. Solo que ninguna lo sabía.


Aún hoy en día, no quiere decirme su edad. Pero tampoco es como que necesitara ese dato de su boca, la web de la RENIEC arroja nuestra información con saber los apellidos y el nombre de quien buscas.


Y busqué su edad fidedigna para escribir esto y, no basarme solo en las conjeturas que hacía en torno a que, yo tenía 18 la primera vez que la vi y su suegra pregonara, para que nadie la “mirara mal”, que esa muchachita escuálida y pelinegra que había traído a casa, tenía 15 años.


Hoy en día tengo 21 y se supone que ella tendría 18.


Pero la verdad es que aquella vez Jenny ni siquiera había cumplido 15 y por eso las palabras de la RENIEC me confirman los temores que aguardaba desde hace tres años.


“NO SE ENCONTRÓ el DNI correspondiente al nombre y apellido ingresado ******** **** JENNY, la fecha de nacimiento y una imagen referencial; es posible que la persona sea menor de edad o ya no se encuentre en los registros del registro civil.”


Y Jenny sí tiene DNI. amarillo según lo recuerdo, pero que tanto ella, su novio y su suegra, se desvivían en decir que pronto sería azul. Y también se llama así, son sus nombres y apellidos completos. No hay error.


Ay Jenny, ¿es tu DNI de color azul como el pantalón jean que llevabas ese día o, como el vestido de la muñeca que tenías en manos cuando viste a una de las primas de Antonio jugando con ella?


Echarle combustible a un auto no significa que vaya a funcionar


- Ella viene de un hogar disfuncional.


A Flor le parece importantísimo destacar eso: que Jenny viene de una familia rota porque sus papás están separados. Nada que ver, alude, con la situación de su hijo, a quien asegura haberlo criado con amor toda su vida y darle una buena educación para hacerlo un chico de bien.


- ¿Y qué haces en tu tiempo libre?
- Taxeo.
- ¿Y en qué trabajas?
- Con el mototaxi. ¿Ya no te dije?


Antonio es hijo de una madre soltera, en la práctica, porque su padre los abandonó cuando tenía un año de edad y regresó a la selva. Su madre no lo crió, o eso recuerda de sus primeros años, porque más se la pasaban metidos en casa de su abuela, quien también cuidaba a otro nieto y los mantenía a todos, incluidos a sus hijas madres de estos y a su otro hijo que ya pasaba los 20, con el dinero que le daban sus tres hijos mayores mal que bien para que ella pudiera comprarse un refrigerador que funcionara.


Nunca cambió el refrigerador en más de veinte años. Y cuando murió, este desapareció mágicamente.


- Yo soy profesional.


Flor es una química farmacéutica egresada de la Universidad Nacional “San Luis Gonzaga” de Ica. Hasta hace unos meses trabajaba en proyectos de la municipalidad donde le pagaban el sueldo mínimo y otras, trabaja en lo que puede, hasta recolectando espárragos. No se considera fanática de levantarse temprano, por eso es que no volvía a trabajar en farmacias desde hace años, donde hay un horario de trabajo fijo para ella. Prefiere la tranquilidad de su hogar.


Antonio recuerda bien a sus 26 años el cómo su madre se levantaba al mediodía, por lo que él también tomó ese hábito y que, era su abuela quien les servía el desayuno y el resto de comidas. Muy raras veces su mamá cocinaba.


- ¿Y cuál es el plato favorito de los que te preparaba tu mamá?
- El arroz con huevo frito. En verdad, es el único que recuerdo que hacía.


A raíz de que lo que más comía era ese plato cuando su mamá logró apropiarse de un terreno y dijo que ambos se irían para allá para que sus tíos ya no los molestaran por vivir con su abuela, sus primos empezaron a fastidiarlo.


“Mamá, yo quiero mi arroz con huevo.”


Eso decía una popular canción allá por los inicios del nuevo milenio y se convirtió en el himno que un pequeño coro de niños de la Tinguiña le cantaba al escuálido Antonio cuando los visitaba. Pero sí, solo eso comían.


- A veces pensaba que yo no nací para ser madre. Yo vi como mi padrastro le hacía hacer cosas horribles a mis hermanos que ellos ni siquiera les cuentan a mis sobrinos. Y mi mamá no podía hacer nada. Muchachita era como la Jenny.”


La madre de Flor, abuela de Antonio, dio a luz a su hija cuando estaba por cumplir 15 años. Fue la primera de sus seis vástagos y la única de aquel encuentro con el padre de Flor. Hasta hoy ni su propia descendencia sabe si ello fue a causa de un arranque de pasión o de violencia. Porque los progenitores de Flor jamás tuvieron una relación pública y, su hija no recuerda haberlo visto jamás.


Porque la educación es a leche como la familia es a fórmula láctea


Jenny dio a luz el 2016, en un hospital público para molestia de Flor porque tuvieron que hacerle una cesárea al no tener el cuerpo físicamente preparado para dar a luz y ello porque los tíos de Antonio no accedieron a pagar la atención en una clínica.


- Tuvo a la pobre chica atormentada hasta que la operaron porque la asistenta social se dio cuenta de que era menor de edad. Y como ahí no puedes decir que ya va a cumplir 18 cuando ni tiene 15, pues claro que le iban a hacer un escándalo apenas se enteraron de la edad de Toño. Yo en verdad esperaba que lo metieran preso pero su mamá lo escondió como dos meses. Nunca le pusieron denuncia creo que por pena a la mocosa.


Martha es tía de Antonio. Y quiere que quede en claro que es esposa de su tío, no consanguínea. Trabaja recolectando espárragos en una de las plantaciones que abundan en Ica y, le consiguió trabajo a Flor y a su hijo la temporada del verano del 2017 en esa plantación. Pero ambos renunciaron. Flor al mes y su hijo a la semana porque ese trabajo no es para gente “educada”.


- Tengo tres hijos, dos son mujeres. La mayor está en la universidad y la menor tiene 15 y va al colegio todavía. A mi hijo le he dicho bien claro que no le abra la puerta a su primo si nadie está. Y la Kris sabe que le voy a dar duro si me entero que se ha subido a su moto o si la ha ido a esperar el colegio. Mejor no correr riesgos.


Antonio no pudo estar presente en el nacimiento de su hijo. Fue un varoncito que a duras penas llegó a pesar dos kilos y medio. A Jenny la tuvieron internada casi tres semanas por que tuvo una hemorragia interna y nunca pudo producir leche materna. El niño se alimentaba de una fórmula especial para los niños prematuros y, cuando llegó a casa de Flor, a la semana tuvo que regresar al hospital. Sufría de espasmos y epilepsia, como su padre a esa edad y, lo que a Flor también le gusta recalcar sobre el porqué no le exigió a su hijo el terminar una carrera si ella es una profesional.


- El chico ya sufrió mucho apenas nació. Una fiebre cerebral no la soporta cualquiera. ¿Quién soy yo para no dejarle vivir la vida que casi no goza?


Pero está curado, eso sí, es un chico pensante acota ella porque, se ha preocupado por publicar en Facebook que ya es papá. Y ha pensado muy bien el nombre de su vástago. Es más, Jenny no estaba de acuerdo con su elección pero terminó aceptando porque de caso contrario, Antonio no hubiera firmado al niño.


- Yo no sé qué tiene metido en la cabeza esa mujer. El mes pasado, cuando mi cuñado vino, quería meterle al niño por los ojos. Es que Víctor solo tiene una hija pues, y tiene más plata porque logró ser doctor. Su hija ya está grande pero estudiosita como mi Meli es. Seguro pensó que le iba a entrar el sentimiento porque no tiene un hijo. Yo de veras espero que no le funcione eso y que Flor aprenda a fijarse primero en su familia antes que sangrar al resto.


Porque el amor no paga peaje ni medio pasaje en la ciudad


A Gabriela la conocí en mi último año del colegio. La habían traslado de otro más alejado, como si no estuvieran todos ellos lo suficiente como para estar en una ciudad de la selva como en la que vivíamos. Gaby era mayor que nosotros y por eso le encantaba decir que éramos muy niños, sobre todo sus compañeras, como para entender su relación con su enamorado.


- Están muy chiquitas como para conocerlo pero solo les digo que para el amor no hay edad.


Para el amor no hay edad, eso bien lo sabía yo porque mis padres tienen una diferencia de cinco años y me tuvieron cuando mi mamá tenía 34 y papá estaba por cumplir 40.


Por supuesto que para el amor no hay edad, Gaby. ¿Por qué nos tenías tan poca fe para entenderte?


Quizás era porque no quería decirnos que lo había conocido a los 13 y no a los 15 como decía. O que no quería que supiéramos que el chico por aquel entonces ya sobrepasaba los 23 y que ya la había golpeado frente a su círculo más cercano de amigas. De todo eso me enteré semanas después de la nuestra graduación, cuando vi aquella mototaxi que siempre la esperaba a las afueras del colegio y, donde nuevamente la vi subirse para fugarse de la fiesta de promoción, tal y como hizo cuando fue a las charlas de confirmación en la parroquia del distrito, a las que no volvió después del primer mes.


No era la única ni la primera. Calculo que, eran como mínimo unas quince chicas las que hacían lo mismo las noches de los jueves de ese 2013 cuando cerca de la mitad de la población estudiantil de cuarto año de secundaria de mi escuela iba rumbo a prepararse para recibir el sacramento de la confirmación. Los alumnos de mi grado eran cerca de 200, así que había unos 100 estudiantes solo de mi colegio y más de la mitad eran chicas. Así que ahí estaban estas quince chicas fugándose de ir a misa después de la catequesis, cuando teníamos que transitar por la casa parroquial y pasar por la calle frente a la Plaza de Armas para ir a la parroquia “San José Obrero” de Pichanaki. Las veías al medio de la fila, poco a poco quedándose atrás para que, cuando aquellos focos apagados empezaran a titilar, las vieras corriendo hacia ellos y subiéndose a las mototaxis que partían como si fueran parte de una de las películas de la saga “Rápidos y furiosos”.


Gaby tampoco quiso que nadie se enterara de su embarazo. Dio a luz a su hijo antes de julio del 2015, por lo que es muy probable que ya estuviera embarazada aquella noche del 22 de diciembre donde todos fuimos reconocidos oficialmente como graduados de la escuela. Ya había cumplido 18 años pero, nadie podía saber su estado, asumo, porque ya no hubiera sido su novio sino su madre quien la molería a golpes. Ya no era una niña pero todavía parecía una, su estatura pequeña y su rostro redondo la hacía lucir así, pero jamás la vi con el vientre abultado. En realidad, jamás la volví a ver desde ese diciembre más allá de una pantalla y, es lo mismo con su hijo. Tiene su sonrisa. Lo que no tiene es el amor de su padre, ese amor del que gozó Gaby cuando eran pareja porque, ya no están juntos desde antes que el niño naciera. El chico perdió el interés apenas supo del embarazo y tomó su moto rumbo a otra escuela.


El modus operandis fue casi el mismo con Jenny. Recuerda que, cuando estaba en secundaria, probablemente en su primer año aunque ella no lo quiera decir, conoció a Antonio. Estaba afuera de su colegio, junto a un grupo de otros chicos como él, con mototaxis de colores fosforescentes y con esa caligrafía tan estrambótica y colorida que puede causar mareos con solo verla y con la que corona con sus nombres sus vehículos y con el de sus intereses amorosos en la parte trasera.


- Tenía unos parlantes grandazos atrás y me dijo que podía llevarme a mi casa. Y no me iba a cobrar.


Al principio, Jenny no estaba muy convencida de eso. No de que no le iba cobrar, sino que había visto a muchas de sus compañeras y chicas más grandes que se pasaban por ahí y se detenían a hablar con esos chicos. Todas se reían y también todas movían coquetas sus faldas y si podían, se subían. Ella también quería pero, una chica, una de quinto año según cree, le dijo bien claro que ni se le ocurriera meterse con un tal Toño, que ese era suyo y que si la veía cerca le rompería la boca.


- Pero mira con quién se quedó Toño. Conmigo porque soy más bonita.


Y porque también era más joven. Como a ella le dio miedo el que esa muchacha la golpeara y a Antonio le llegó la noticia de esa advertencia, se fue a buscarla a su casa. No frente a su puerta pero sí a la vuelta de su cuadra. Tuvo miedo dice, porque pensó que casi la atropellan hasta que reconoció esa moto amarilla que también encendía sus luces verdes y subía el volumen de su música cuando la veía. No se movió porque no creía lo que veía. Toño le decía que ella era suya y él era su Toño porque así habían quedado con sus amigos y que no le hiciera caso a la otra chica porque estaba despechada y era una envidiosa.


Ella no estaba muy segura pero, después lo estuvo porque si alguien no te ama, ¿por qué te seguiría a todos lados para que le dieras un beso? La seguía y la esperaba en el colegio, en su casa, cuando iba a la casa de su papá o a la de su hermana a cuidar a sus sobrinos, al mercado e, incluso llegó a convencerla de escaparse del colegio para verlo. Dice también que una vez se metió al patio de su casa por el techo de una vecina.


- ¿No crees que Toño estaba siendo muy insistente?

- No. Es que él de verdad me quería. A lo mejor me quería más que ahora.


Cuando la mamá de Jenny se enteró del asunto, la encerró por una semana en casa. Nada de eso sirvió porque, cuando Jenny volvió a la escuela, ese mismo viernes Antonio se la llevó a su casa y no se supo de ella hasta el lunes siguiente.


- ¿Y su mamá? ¿No dijo algo?

- ¿La señora Flor? No, se fue a trabajar todo el día ese fin de semana. Creo que ni se dio cuenta de que yo estaba bajo las sábanas de la cama de Toño o no le importó.


Así pasó todo un año, donde Jenny cumplió 14 años y donde ya no le importaba que en la escuela supieran que andaba con un chico mucho mayor que ella o que su mamá la agarrara a correazos porque “para el amor no hay edad”.


- La sangre por el metal de la correa ya no me daba miedo. Más me asusté cuando no me venía la regla y recién me di cuenta como a los 6 meses. Yo pensé que nomás estaba gorda porque eso me dijo Toño, que estaba comiendo mucho. ¿Quién iba a pensar que ya iba a parecer la Virgen María de mi casa?


A mí me bautizaron a los 5 años, hice la primera comunión a los 10 y la confirmación a los 15. A mi familia le gustaba bromear con que a los 20 me casaría para continuar con esa especie de tradición que parecía haber caído en mí sobre recibir un sacramento cada 5 años.


Una vez una prima incluso dijo que, ya que yo no podía ser cura al ser mujer, a lo mejor a los 20 ya sería mamá. No sé cuán premonitorio sea su comentario pero antes de los 15, yo ya era tía de dos niñas. Dos “bendiciones” como se dice hoy en día. Pero a los 18, ya era tía de un niño que de “bendición” no tenía mucho, aunque, ¿quién iba a pensar que conocería a Jenny cuando esperaba la suya?


- Porque él me ha dicho que se va a casar conmigo cuando tenga 18. De veras, desde que nos conocimos me lo ha dicho.
- ¿Y cuándo va a ser eso?
- Ah pues, ya te invito pa’ que veas que sí es cierto.
- Yo pensaba que eras blanquiñosita pero cuando ya te vi más de cerca, bien mestiza eras. De lejos como que pasas como blanca pero de cerca no. ¿Pero quizás sí te vea en la tele no? Veo puras gringas aunque pareces inteligente. Me mandas saludos cuando seas periodista pues.
- Uy, Flor, lo dudo. Yo voy a ser comunicadora pero quizás no me especializo en periodismo.
- No pues. Se periodista. Así cuando ya salgas en la tele me entrevistas y yo te hablo de las injusticias que se cometen contras nosotros los químicos farmaceúticos.


Flor está empecinada en que le prometa que, en unos años, voy a volver con una cámara a verla. Está tan obstinada en ello como en decirle a Jenny que no tiene plata para que compre un paquete de tres pañales. No hay, quiere que entienda, que no hay hoy, mañana ni pasado. Que no hay porque esa es su culpa por tener hijos.


- O vienes y te hablo de política, de eso sé mucho. Del poder judicial también.
- Pues qué bien. A mí me interesaría saber tu opinión acerca de temas como la maternidad infantil o la pedofilia.
- ¿No te ha llamado Toñito, Jenny?


No quiere hablar de eso porque, las tres sabemos bien que Jenny no tienen un celular propio y que usa el de Flor cuando esta se lo permite. Antonio sí tiene uno y anda siempre con él, por lo que tanto sus motos como Toño y su celular, están juntos y no en esa casa.
- A mí me gustaría estudiar.
- ¿Qué cosa, Jenny?
- Creo que quiero ser químico farmaceútico como la señora – señala a Flor que la mira igual a como lo hizo con aquella cucaracha que pasaba por el patio hace un rato – Sí, quiero ser eso de grande.


Jenny no ha terminado la educación básica, es más, ni siquiera ha culminado el segundo año de secundaria. No recuerda tampoco que fuera alguien a quien le gustaran los estudios. De seguro, como ella dice, es porque nació para otra cosa. Una que no requiriera estar con la cabeza todo el día en los libros y que la dejara ser un poco más libre, como la decoración de la mototaxi que está en la puerta de la que a veces es su casa y a veces no.


Pero sabe que no puede ir a la universidad sin antes terminar el colegio y eso la apena, aunque también la motiva porque así podría estudiar y trabajar en algo que le de dinero como para comprarse esos polos que le gustan ver cuando va al mercado y que cuestan cincuenta soles, por lo que a Flor ya no le gusta que vaya ahí ya que de seguro quiere uno para irse a buscar otro marido, ya ha visto así a otras muchachitas, dice.


Y no, no es así, solo quiere tener una blusa bonita como la que le vio a la vecina para ir a su graduación o como el que le vio a su hermana para ir a una reunión de padres de familia en el colegio de su hijo.


- ¿Te imaginas cuando tenga que llevar a Willy al colegio? En el hospital piensan que es mi hermanito. Yo sí quiero parecer su mamá cuando vaya a inicial.


Tiene que llevar al niño mínimo unas dos veces por semana para sus controles y uno de ellos los hace pasar por el consultorio del neurólogo para ver cómo evolucionan sus ataques epilépticos. Antonio jamás le dijo que había sufrido lo mismo siendo un bebé ni que podía ser hereditario. Pero tampoco le ha dicho expresamente que no quiere acompañarla a las consultas.


- Tampoco es que pueda. Lo tienen fichado por allá. Siempre tengo que ir con su mamá o la mía. Ya sabes, por mi DNI.


Cuando pasó un tiempo, Flor me llamó porque tenía un mensaje urgente para mí.


- ¿Sabes qué? Ya no quiero que hables con Jenny.
- ¿Pero por qué?
- Muchas ideas le has metido último a la niña. Ahora quiere estudiar dice.
- Pero…
- Que ya no le hables te digo.


Así dice Carla que ha sido con todos. A ella, a sus hermanos y hasta a sus cuñados, su hermana Flor le ha dicho que no quiere que hablen con la niña. Que ni la miren mejor cuando va a la casa familiar cuando van en busca de un plato de comida.


- Yo me la pasé todo el 2017 buscando matricular a esa chica en el colegio. Le compré útiles, hasta el uniforme. Hablé con la directora del colegio donde trabajo. La aceptaron. Pero nunca fue.


Carla trabaja como profesora auxiliar en un colegio público iqueño que es dirigido por monjas y que solo alberga alumnas. Lleva años apoyando en programas en contra de la violencia infantil y la sexual. Ha ayudado a sus estudiantes que han sido víctimas de ellas pero, jamás pensó que algún día una de estas chicas aparecía en su casa, junto a su hermana, para decir que era la pareja de su sobrino y que ya iba a dar a luz.


- Es una niña. ¿La has visto? ¿Quién en su sano juicio puede pensar que tiene más de 15 años?


La mujer frente a mí se pone a llorar porque, asegura que cada vez que se acuerda de ello, no puede evitar pensar en su hija, una chica de 18 años que intenta proteger a toda costa de os peligros de las calles y por los que, incluso ha cambiado de casa porque estaban empezando a acosarla.


- El día que volvía ella con su hermanito del colegio, los vi. Eran dos. Los han acusado de violar a una chica que era del barrio. Bastó con ver sus ojos para saber qué pensaban. Yo corrí gritando para que se fueran y quienes terminaron espantados fueron mis hijos. Natalia estaba por cumplir 15 pero, en menos de dos semanas nos fuimos de ahí y agradezco a mis cuñadas el que me tengan en su casa porque con mi sueldo no alcanzaba para mantener a mi hija a salvo.
 

La mamá de Jenny fue quien le devolvió las cosas que Carla le dio a su hija mediante Flor porque, cuando Antonio lo decidió, la menor podía quedarse en su casa o sino tenía que volver con sus papás. Además, Jenny tenía que velar por ella y su hijo si es que su mamá tampoco quería recibirla porque, total, “ella ya era bulto ajeno”.


Da vergüenza, dice que le dijo Flor, da vergüenza que los vecinos sepan que la mamá de tu nieto quiera estudiar y tu hijo no pueda por su culpa.


Porque nada tiene que ver el que Antonio haya estado estudiando en un instituto particular para ser técnico de enfermería y que abandonara la carrera porque “le daba demasiado estrés”. No, no, él dejó la carrera porque no había apoyo familiar, esos tíos suyos no querían ayudarlo a pagar el instituto. Tienen cada una familia que mantener pero, ¿acaso no pueden apoyar a este sobrino suyo que le ha pedido a su madre que le compre un mototaxi porque las piernas se le hinchan de tanto caminar?


En primavera, ¿todo florece?


Cuando Flor me vio el año pasado, lo primero que salió de su boca fue:
- ¿Ya estás embarazada?


Cuando le pregunté el porqué después de negarlo, me dijo que era porque me veía más delgada. Que le parecía que mis cachetes se habían “chupado” y, lo mismo había pasado con Jenny cuando esperaba a Willy.


A Jenny no solo se le chuparon las mejillas, en lugar de ganar peso, parecía haberlo perdido. De las pocas fotos que me mostró cuando estaba embarazada, era imposible el no evocar las imágenes de aquellos niños africanos con el vientre hinchado a causa de los parásitos intestinales. Menuda, realmente menuda parecía Jenny en esas imágenes, con una sonrisa que bien podría calzar en la que hubiera sido una postal de su foto de promoción de secundaria.


Usualmente, el período de gestación de una mujer ronda los nueve meses, nueve como los que debemos esperar en Perú para la llegada de la primavera en setiembre. Y es probablemente que, antes de esa estación, Jenny ya estaba embarazada, porque dio a luz de forma prematura. Tanto el bebé que alumbró y ella, estaban bajos de peso.


Tampoco es que haya cambiado mucho en comparación a ahora, su contextura amenaza olímpicamente con superar el estándar de lo que se considera como delgadez y, el niño que tenía en su vientre ahora ha pasado a ocupar sus brazos, a los que se aferra llorando cuando intentan enseñarle a caminar.


- ¿Sabes qué me da cólera de todo eso? Que vengan y le pidan plata a mi papá para que puedan comer. Somos cinco acá en la casa y cuando mi abuelo vivía, mi tía venía solo para que le diéramos un plato de comida y rogarle que le diera plata para que Toño pueda estudiar. Mentira fue porque yo sé que ni iba a clases. Todo era para pagar esa moto que ni usa para trabajar.


Melisa se frustra, sí, porque considera que tanto esfuerzo en estudiar para ser alguien en la vida de nada va a valer si se queda ahí, en esa casa, donde su papá va a flaquear cada vez que Flor venga y le diga que no tiene qué comer. Melisa está estudiando para ser enfermera en la misma universidad en la que su tía hizo lo mismo con su carrera hace más de treinta años. Se frustra también porque siente que le han puesto una carga que no busca no buscó, sino que alguien más le pone cada domingo antes “familiar”.


- Vienen los tres y quieren que una le cuide al hijo. Ese niño ya tiene que caminar y ni ellos ni mi tía parecen tener la menor intención de educarlo. Con mis hermanos y mi mamá pensamos en salirnos esos días, no importa, ir al río a caminar.
Pero ello solo les duró dos semanas ya que, comprobaron que en la primera se esfumó la mitad del contenido de la olla y en la segunda ocasión, el recipiente estaba vacío. Y su papá, que ya se quedó sordo de un oído y tiene el otro en el mismo camino a causa de su trabajo en una fábrica, jura no haber oído como se destapaban las ollas.


- Que Flor tenga ahora tres hijos, es su problema. Yo a los míos los intento mantener con lo que tengo pero no busco indisponer a mis hermanos con sus familias para que me den su sueldo a mí.


Martha está orgullosa de su hija, quien ha sido el primer puesto de su colegio desde que tiene memoria. Y ha logrado entrar a la universidad pública, lo que ha inspirado a su hermano a hacer lo mismo. Espera que la menor, Kris, haga lo mismo cuando termine el colegio. Quiere que los tres tengan un mejor futuro que ella, que quedó embarazada de Melisa cuando iba a mitad de la carrera de educación y la dejó así, a medias, porque Melisa y su hermano solo se llevan un año. No suelen coincidir muchas veces en sus opiniones pero, acerca de la situación de su primo Antonio, son escuetos. Ambos creen que estaría mejor preso o en otro lado que no sea Ica. No solo ellos, sino su madre también, consideran que todo sería mejor si no vivieran cerca de Flor y su prole. Así que, aún sin decirle al jefe de la familia que es su padre, planean que cuando ambos culminen la universidad y reciban su primer sueldo, arrienden un cuarto en cualquier parte.


- Lejos, muy lejos, quizás hasta poder irnos a Lima. Ahí están mis tías que son hermanas de mi mamá. Porque de veras que da cólera que mientras una se raje el alma estudiando toda la noche, otra se goce todo lo que no duermes.


A Mircea Cayo la conocí en la facultad de comunicación de mi universidad. Estábamos en cuarto ciclo y no podía creer que esta fuera su segunda carrera y que ella se hubiera casado el ciclo pasado en plena semana de parciales. Se había graduado como obstetra de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y recién tenía 22 años.


Ha visto como mujeres entraban a los hospitales con la placenta previa y, como a veces no solo las carencias del sistema de salud público se visibilizan en situaciones de urgencia sino también las de tipo humano en los profesionales de salud. Una vez una mujer se encontraba sangrando, se notaba muy mal dice, probablemente ya tenía media placenta afuera pero, quien estaba a cargo era una doctora residente y, le ordenó pesarla antes que seguir otro procedimiento que ella refiere hubiera sido más apropiado para este caso donde peligraban dos vidas. Le dio una cólera tremenda pero lo hizo, aunque jamás se quitará de la cabeza el enterarse que, cuando le hicieron la cesárea a aquella mujer, el bebé ya había muerto. Ella estaba más estable pero, su hijo no podría estarlo más de lo que estaba ya en la camilla rumbo al depósito de cadáveres.


Hay situaciones que te marcan, dice, pero nunca tuvo que ver a una adolescente en una situación semejante. Y lo agradece porque eso pasa más veces de lo que uno podría imaginar.


¿Importa cuándo nos volvamos a ver?


- La primera vez que Toño te llevó a su casa, ¿no quisiste volver a la tuya en algún momento?
- Sí pero ya estaba ahí. Y yo he visto como le tiraba un puñetazo a uno de sus amigos que también paraba por el colegio.
- ¿Y cuántos años tenías esa vez?
- No importa. ¿Qué tiene que ver ya?


Jenny tuvo a su segundo bebé el 2018, cuando el verano terminaba y los mejores espárragos de la cosecha de ese año ya iban en camino al mercado internacional. La suerte quiso que la asistenta social que había impedido el ingreso de Antonio aún siguiera en el mismo hospital y que la reconociera. La adolescente le rogó postrada en el piso que no denunciara al padre de sus hijos. La mujer dijo que no le importaba y que tenía que pagar por su delito. Que lo declararía como estupro y que no sabía como Flor no se moría de vergüenza por venir otra vez por el mismo motivo. Ahí Antonio se desapareció como tres meses y a Jenny le tocó irse de regreso con su mamá porque, su suegra no estaba dispuesta a tener bajo su techo a la culpable de que a su hijo lo puedan llevar preso.


El nuevo bebé también tiene las mismas dolencias que su hermano mayor y su padre. Solo que él no salió a la semana del hospital, sino que pasó un mes completo internado. Y ya la amenaza no fue solo para Antonio, sino que también fue para Jenny. La asistenta fue clara en hacerle ver que su situación también no solo ponía en riesgo a sus hijos, sino a ella, por lo que los tres podían acabar en diferentes albergues.


La mototaxi de Antonio, esa que hace cinco años tenía su nombre en letras verde fosforescente y en tipografía gótica en la parte posterior, ahora dice Jenny en un color fucsia acompañado de un payaso con una sonrisa que perfil lo diabólico. Ese es un detalle, dice, que le ayuda a defender lo que es suyo. Porque Antonio es suyo aunque más parezca que es propiedad pública ya que pasa más tiempo fuera de casa que en ella. Se pelean, se va con otras, sí, pero eso no es problema.


- Siempre nos hemos peleado. A la semana, como unas diez veces creo. Para el 2019, el INEI reportaba también que el 10.1% de madres peruanas tenían entre 15 y 19 años de edad.


Diez soles cuesta el menú que compra Flor en la sede del programa “Vaso de Leche” más cercano a su casa, sabe que la sopa es para ella y el segundo es para Antonio.
- ¿Y para ti?
- Yo me tengo que ir en mi mamá. Pero mucho tampoco hay ahí. Es más seguro que me vaya en mi hermana que a escondidas de su marido me va a dar algo, aunque sea agua.


Ha llegado a darle agua sola a sus hijos  porque la leche sigue sin brotar de su pecho. Y con otro niño que necesita fórmula láctea, si de por sí ya escaseaba el pan en la mesa, ahora también el agua porque, de esta solo hay por horas.

Como entre las dos y tres de la mañana, viene un poco, y luego la sequía dura todo el día. Ha ido incluso a la acequia a buscar un poco para beber, pero, después de ver a los parroquianos orinar ahí, ya no cree que ni ella pueda tomarla.
- Espero que cuando nos veamos, tú también seas mamá.

 

Espero que cuando nos veamos, tú no vuelvas a serlo a menos que lo quieras, Jenny.
 

Y que también seas ya mayor de edad.